Hola de nuevo, otra entrada al blog para contar batallitas... Ésta es algo peculiar y liosa, y tiene literatura porque si no, no se entenderá.
Allá por el año 1995, me encontré que tenía cierto don para la escritura (¡¡¡¡no!!!! ¿a que no te habías dado cuenta?) Algo en mi interior se desbocó y escribí 5 libros, 17 relatos cortos y una obra de teatro, en 2 años. Uno de esos libros, el protagonista se llamaba Jenhyal (que posteriormente fue el nombre que utilicé en el Und3rgr0und), y un segundo personaje, Kirzahk (lavin! -esto me lo han pegado los granainos-), a buen entendedor, pocas palabras bastan.
En las introducciones a los libros, descubrí que me apasionaban los números, los mensajes cifrados y ocultos. Se me fue la pinza sacando un número de teléfono de la Biblia y a medida que profundizaba, parecía no tener fin el asunto.
En 1997, arruinado de hacer fotocopias de mis libros, decidí dedicarme a algo más instructivo, y empleando mi vena de programador, no tardé en ser fichado en la Universidad: llamaba demasiado la atención, ya que un programador estudia informática, no se mete a hacer una Ingeniería donde lo primero que hacen es una criba que dura 4 años; hice muchas muchas muchas cosas chulas, programé de forma espectacular aplicaciones (algunas siguen funcionando) y parí la frikada padre: mi sistema de codificación "trinario".
El trinario es, como su nombre indica, parecido al binario pero en vez de emplear ceros y unos, utiliza ceros, unos y doses (0,1,2). Agarré la tabla de caracteres del ASCII, la extendida (de 0 a 255), y a cada código decimal le asigné una combinación de 0,1 y 2, empecé por mitad de la tabla y saltaba a mi antojo, pero usando 5 dígitos (evidentemente, algunas combinaciones estaban para despistar, jaja).
Cuando tuve unas cuantas letras, creé una función con números aleatorios que iba rellenando los 256 caracteres sin ton ni son y, una vez hecha, creé el "destrinario" (la función que traducía, evidentemente, a algo legible). Tuve especial cuidado en que el espacio, el cero y los números no fueran consecutivos, porque estaban destinado a que, el que viniera detrás, sudara tinta.
¿Y todo eso por qué? Le trabajaba a una empresa que sabía que no me iba a pagar, hicimos proyectos de domótica a un nivel espectacular (ya hablaré de ellos, todo a su tiempo), así que codifiqué en trinario todo el contenido de las bases de datos, los nombres de las tablas, los índices, incluso el código fuente, que se descifraba mediante una librería protegida y no descompilable (aprendí ensamblador en la época del Spectrum, y sabía cómo hacerla). Y cuando ocurrió lo inevitable, pues ahí se quedó todo, en trinario.
Este fue mi primer encuentro con la criptografía, y yo sin saberlo... Lo descubrí 19 años más tarde, cuando en el verano de 2016 empecé a pensar que quería aprender un poco de tan intrigante especialidad y, sin comerlo ni beberlo, me encontré dando un módulo de «Sistemas seguros de Acceso y Transmisión de datos» para el SEPE (Servicio de Empleo Estatal)... Pero de él os hablaré en el Volumen II... Ya está bien por hoy.
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